CRONICAS DE UN PELUQUERO
LA CORBATA
Concebida para hacernos la vida más agradable en función de nuestras necesidades tanto, materiales como espirituales, la estética forma parte de todo nuestro entorno y de nuestra vida en general. Así, elegimos el coche que imaginamos nos puede complacer cotejando su diseño, para nuestra morada ideamos singular arquitectura, decoramos nuestros espacios interiores ya sean residencias o lugares de trabajo de aquella manera que consideramos estéticamente más atractiva e incluso nos decoramos a nosotros mismos con distinta indumentaria y numerosos ornamentos, tantos, como cada cultura y la propia independencia nos permiten. De entre todos esos elementos que forman parte de nuestra personalidad y cotidianeidad quiero, en este comentario, hacer referencia muy concreta a la corbata. Prenda inseparable y ligada a cualquier hombre “de bien” durante el siglo pasado.
Pero no data de fechas tan recientes. Hacia el año 1.660, en plena contienda entre croatas y turcos podría situarse una de las referencias más claras con relación a esta prenda cuando los oficiales del regimiento Austro Húngaro se presentaron, como héroes de dicha contienda en París, ante el Rey Luis XIV, con unos pañuelos de colores sujetos o atados al cuello con exclusiva función decorativa. Para nada podrían imaginar los portadores de aquel atuendo que serviría siglos después como modelo y ejemplo del buen vestir.
Aunque actualmente se sigue utilizando como elemento ornamental estético, aceptado así por buena parte de nuestra sociedad, si bien es cierto, la corbata a lo largo de la historia ha ido sufriendo distintos cambios y adaptaciones y las connotaciones de su existencia no siempre fueron las mismas. Los Egipcios de clases pudientes solían anudarse al cuello un pedazo de tejido de forma triangular como signo de identidad o distintivo de su posición. En determinadas culturas se utiliza para mostrar duelo, dolor, por la desaparición de algún familiar querido. En tono muy diferente no ha existido payaso que no haya sentido la necesidad de ridiculizarse, en sus actuaciones, con exageradas prendas multicolores colgadas del cuello y hasta la altura de las rodillas. Durante la revolución francesa, la corbata, adquirió un determinado valor político, los revolucionarios las utilizaban de color blanco, mientras, los contrarrevolucionarios las prefirieron negras. Mas tarde, en la segunda república española y para el bando republicano, queda desprestigiada, según estos, por sus connotaciones burguesas como prenda propia de explotadores de obreros.
Independientemente de los cambios soportados a lo largo de su historia en cuanto al significado y su estructura, la corbata, para que cumpla su misión ornamental estética ha de ensalzar y favorecer la presencia del individuo, para ello, está sujeta a unas reglas, tanto, relacionadas con la moda como reglas tácitas, ignoradas o no tenidas en cuenta en ocasiones diversas, ya sea por apatía o por propia ingenuidad. Deja de cumplir su propósito si no atendemos las exigencias que rigen dentro de un orden estético y las oportunas necesidades de cada sujeto.
Para dar cumplimiento y satisfacer esas exigencias, perseguiremos, principalmente, la concordia entre esta, los rasgos físicos personales y las características de los distintos elementos que formen parte de nuestra indumentaria procurando que realce o potencie, tanto la figura de la persona como la lucidez del resto de las prendas que se porten en ese momento. He de confesar que para nada creo estar en posesión de la verdad absoluta, en el buen uso de esta prenda, pero según mi verdad y en total conflicto con la moda actual, en su diligencia más pura esta ha de ser la efectiva utilización de la corbata y no su uso como elemento distorsionador que no solo no cumple ninguna función estética, si no, que, en contraposición atenta contra ella, algo que ocurre con demasiada frecuencia cuando, en el aspecto estético, se contemplan las cosas desde un prisma desorientado.
Lejos de ser un instrumento de distorsión tiene que ser un componente de vital importancia, e incluso, puede actuar como dispositivo de distinción. Para ello, ha de integrarse como uno más en el conjunto de los elementos que configuran la imagen y tiene que percibirse con orden y claridad reafirmando su presencia aunque sin destacar sobre todo. Que aporte calidad a la imagen sin menospreciar al resto de la indumentaria. Que en ningún momento la anule o relegue a una forzosa discreción dentro de un plano de visión general.
Presa de su finura por la calidad del tejido, suele asociarse con la elegancia y salvo raras excepciones, la corbata tiene cara de hombre, no como negación sexista, si no, que los diseñadores, estoy convencido que con buen criterio, acostumbran a vestir a la mujer permitiendo que su imagen se vea revitalizada con el lucimiento de otros elementos como colgantes o gargantillas y consentir el alarde, la hermosura y la esbeltez de su atractivo cuello que indiscutiblemente será el señuelo para infinidad de miradas, quizá, curiosas, tal vez mal intencionadas, e incluso, con anhelos de lujuria.
De los distintos nudos o posibilidades de sujeción “en torno a veintidós” que el buen hacer nos ofrece buscaremos aquel que mejor se concilie con cada situación personal y puntual, según la necesidad de ese momento. Dentro de las distintas situaciones personales y siendo conocedores de nuestros rasgos, capitalmente si existen incongruencias, perseguiremos en primer término el equilibrio con el rostro teniendo en cuenta de manera primordial su redondez o alargamiento, facciones marcadas o discretas, con verticalidad o inclinación.
Del mismo modo obraremos con el cuello de la camisa ajustando las proporciones en función de la orientación o distancia de los picos que dan forma al mencionado cuello, adecuando de manera singular su distribución además de su color y evitando las divergencias.
El irrefutable genio Leonardo Da Vinci, no podía entender lo feo sin la esencia de lo bello por lo que en su dilatada vida dedicó buena parte de su trabajo y apeló en todo momento a las proporciones y a la medida de las cosas. En la corbata, también, han de procurarse esas proporciones y medidas. Entre uno treinta y uno cincuenta la longitud total de la prenda, pero este dato no es el más importante ni del que quiero dejar constancia, sino, otro más concreto y subjetivo que es el que marca la verticalidad del cuerpo a partir del nudo de susodicha corbata y, aunque podría servir la altura del cinturón como referencia precisa, cada cual ha de saber inquirir un punto de equilibrio en esa proporción y medida sin que pueda pecar de ombliguera ni braguetera.
Por otra parte, es conocido y palmario que en varias ocasiones algunos creadores de moda han querido pasar pagina tratando de concluir sus días dejándola al margen de sus colecciones, pero, en oposición a su atrevimiento, ombliguera o braguetera, con nudo pequeño o superlativo, floral o aterciopelada, seguirá cobrando enteros y aunque no se la pueda relacionar con una determinada conducta si se la puede identificar con algunas formas de vida y continuará siéndole fiel a determinados eventos, instituciones, actos y clases sociales, perviviendo y siendo el complemento y la aleación perfecta para vestir con el traje de caballero.
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