ASESORIA DE IMAGEN PERSONAL
CRÓNICAS DE UN PELUQUERO
LA ELEGANCIA
En época de tanta particularidad como esta, de mundos tan dispares, tan contradictorios, donde se mezclan el modernismo con la sociabilidad marginal, los que sufren desnutrición con quienes nadan en la opulencia, y el tráfico y fluctuación humana con el vicio y amanerados hábitos debido a la permisividad de nuestras conciencias, aunque pueda parecer frívolo se me antoja, si me lo permiten, divagar sobre la elegancia.
Es conocido y notorio que la elegancia como concepto estético en sociedades desarrolladas, ofrece un abanico inmenso de posibilidades en el impulso universal por la desenfrenada carrera hacia el éxito. No quiero definirla como supremo don, tampoco como forma o modo en si misma que haga honor a su propio nombre. Se dice de la elegancia, en términos muy escuetos, que es la gracia, nobleza y sencillez que convergen con la moda en una misma persona. Aún siendo esto cierto, quiero abundar y hacer más extenso este término.
Considero que la elegancia ha de personalizarse dentro de un amplio y distinguido conjunto de expresiones en cuanto a figura, movimientos y formas. Por tanto relacionadas con la comunicación, el porte y con las normas implícitas o específicas de cada lugar. Ninguna de estas circunstancias puede ser ignorada ni violada si se pretende el donaire de la elegancia.
Inseparable de la personalidad del individuo, además de con la expresión en general, mantiene directa relación con el carácter. Y según mi discreta opinión se puede y se debe ser elegante en todos los órdenes de la vida, sin que esta gentileza le este reservada a nadie por pertenecer a una determinada etnia, edad, religión, clase social, etc.
Aunque si bien cierto para ser elegante, además de algunas cualidades intrínsecas como la predisposición afectiva o emocional, se requiere de una vocación infinita puesto que otras condiciones como la educación y las buenas maneras han de ser enseñadas, cultivadas y actualizadas. Pues, sin pretensión ni ánimo en el falseo de identidad, la elegancia exige la confluencia de ciertas actitudes así como la adecuada utilización de los códigos de comunicación preestablecidos. Es decir, la adecuación de la expresión en el sentido más amplio y de la imagen externa. Dicho de otro modo, saber estar a la altura de las circunstancias en función de determinadas características como: conducta, edad, estado, relación profesional, cultura, carácter, ambiente o acto social que pueda tener lugar en cada momento. Todo sin dejar de ser uno mismo.
Por su relación directa con la expresión, es conveniente recordar que más del setenta por ciento de nuestra comunicación, con los demás, lo hacemos a través de expresión gestual y corporal, por lo que el recuerdo en la mente del receptor, “sin desdeñar la expresión oral pues sin gozar de discurso ciceroniano si debe ser esmerada”, principalmente será la expresión no verbal, hecho que demanda un especial interés en todos los movimientos, ya sean de traslación o de proyección, para que confluyendo en sintonía mantengan perfecta relación con el volumen o corpulencia de la figura, con el espacio ocupado, así como con la adecuada velocidad de los mismos, procurando voluntad y decisión, pensando en todo momento, que la mesura forma parte del equilibrio y por tanto más adecuada que la precipitación o velocidad indebida que puede interpretarse como gesto que encierra violencia en personas de cierto volumen, o en aquellas más exiguas nerviosismo y falta de aplomo.
Así, debido a la influencia de nuestro ligamento pélvico, “a excepción del resto de las especies compañeras en este viaje terrestre”, que nos permite caminar erguidos, en los movimientos de traslación para desplazarnos con suavidad y destreza, con la debida elegancia, de los 206 huesos que componen nuestra arquitectura ósea tomemos como valía o punto de referencia la columna vertebral ya que constituye el eje central de todo nuestro andamiaje interno. No puede ser elegante quien camine o mantenga una pose disgregada que merme o desfigure sus movimientos.
Sobre expresión gestual, sírvannos como valores o referencias precisas los hombros y las caderas, teniendo siempre presente que las extremidades superiores gozarán de protagonismo en los movimientos de proyección, debido a la frecuencia y pericia con la que inciden en el espacio interior.
En cualquiera de estas formas de expresión, de su firmeza, sutileza o movimientos confusos dependerán las percepciones de equilibrio, sinuosidad o nerviosismo, ponderadas o no por el espacio ocupado en referidas expresiones.
La elegancia aunque tiene que ver con los modos, también tiene que ver con la moda. Vinculada y sujeta, sumisa y dócil a sus cambios y fluctuaciones, e incluso a los frívolos caprichos de sus creadores, difiere de esos esfuerzos ímprobos que llevan a las modelos de pasarela hasta los límites más insospechados de delgadez humana. Esfuerzos que para nada concurren con el concepto de la elegancia que, aún careciendo de voluntad de exclusión implica proporcionalidad en las formas. Porque, si se concede a la música ser la perfección en el arte por la armonía de sus acordes, la elegancia, también, se sirve de idéntico compromiso armónico en el sentido más amplio de la palabra. Requiere de la armonía, del sosiego y la dulzura de una diva si de mujeres hablamos, delimitando líneas más serias o estrictas cuando se trate de hombres.
Teniendo plena conciencia que la calidad de los movimientos depende de cómo este conformada nuestra estructura ósea, la imagen externa, en parte, depende del envoltorio, o lo que es lo mismo de nuestro atuendo, reflejando de antemano que la esencia de la elegancia persigue la condición natural no una imagen elaborada o adulterada ya que rompería los principios de humildad y discreción, actitudes de las que se jacta.
Enemiga de la extravagancia, la disciplina se muestra como factor importante en la indumentaria, pues, merecedora del buen gusto y la sencillez, han de seguirse las modas, respetarse los estilos, han de cuidarse las formas, seguir las leyes cromáticas, que todo esté aderezado con natural apariencia, con el rigor que merece. Nunca con rigidez que implica contrariedad.
Dista de aquello que se percibe desubicado del orden o común modo de obrar, como conducta vulgar, vocabulario soez y cualquier comportamiento que implique falta de urbanidad, de respeto o de descortesía.
Cualquiera de estas realidades que consienten y dan nombre a la elegancia han de percibirse con claridad absoluta, como lectura única y concisa, para que la interpretación de la elegancia se ajuste al concepto que la define. De lo contrario estarán distorsionando y rompiendo el acopio de cualidades que albergan y dan nombre a tan prodigioso concepto.
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